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“El cielo de la boca” o "El cielo de la selva"


No puedo pasar un segundo más sin contarle del club de narrativas dantescas donde comentamos “El cielo de la selva” con Elaine Vilar Madruga desde la Librería Woolf. Me llegó hasta el alma; terminamos llorando, pero sobre todo valorando el encuentro, el sentirse tan profundamente compenetradxs con un libro que termina por exponerle las vísceras al aire. Qué dulzura de charla revelando la ternura y el horror de estar vivos.



Le voy a contar en desorden porque me impactó tanto el final del libro y de la charla que me toca arrancar por donde puedo. Imagínese que el libro se iba a llamar "El cielo de la boca", pero ya otros dos libros se llaman así... y por eso se sienten tanto los órganos gustativos en la narrativa (la lengua que se antoja de los tributos, los olores que antojan, las papilas que se despiertan). Pero luego, en un momento, se comienza a repetir como un mantra “el cielo de la selva” dentro de los párrafos. Esa sensación circular tan redonda y asfixiante que hace sentir en la carne esa boca voraz. En esta distopía tropical, la selva hambrienta pide tributos, pero como en los terrores de los niños, ese terror puede venir de lo que uno quiera, de sus miedos más profundos, como un espejo. Miedos al sistema, a la dominación, a la obligación de la procreación para un mundo sin sentido, a la necesidad de alimentar las necesidades de otrxs: ¿qué representa el infierno o el cielo para cada unx? ¿Qué nos puede salvar del horror?



¡Ahhh bueno! Y le preguntamos algo que ya nos había quedado rondando en la primera sesión: ¿por qué la selva es abuela y no madre? Téngase porque la respuesta me mató. Ella dice que en su familia matrilineal, la abuela representa esa figura de autoridad y jerarquía responsable de que se reproduzcan las normas... una figura por encima de la madre, que es como madre dos veces, dice Elaine. Con muchísima maestría, Elaine pone en esta novela a los personajes en esa cocina ardiente de las abuelas, a cocinarse a ver qué pasa, en un ejercicio brutal de observación y deleite.


Bueno, bueno, y el tema de las referencias mitológicas en su obra es de una absoluta exquisitez. Elaine nos cuenta de qué manera hiló a estos personajes mitológicos en su obra. Ifigenia, esa oveja entregada por Agamenón a los dioses para conseguir la victoria en Troya, venga su propia muerte convirtiéndose en la oveja negra de la familia que desea empezar una venganza contra esa abuela dominante, comienza a disfrutar del placer de su cuerpo. En la obra, Ifigenia se rebela, pero en la mitología es su madre Clitemnestra quien venga su muerte matando a Agamenón. Su hijo Orestes debe entonces decidir si vengar la muerte de su padre traicionando su lealtad a su madre, y decide matar a su madre. Y es por eso que Medea rompe ese pacto patriarcal al matar a sus hijos, al linaje del padre. Ese relato lo había escuchado por primera vez en Sociología del Estado, pero ver a personajes mitológicos cobrar vida, tener agencia, tomar decisiones, es una absoluta delicia.


Sin palabras...


Y luego vino... el tema de la locura en la obra. Lázaro, ese personaje masculino entre muerto y adormecido que se pregunta: "¿Por qué carajo le han gustado siempre las locas? ¿Por qué, a ver, por qué las locas lo hacen caminar sin rumbo por la selva cuando el sol aún no sale del todo? ¿Por qué le enfurecen tanto como para matar a un perro a machetazos?" ¿Cuántas veces nos han llamado locas? Y ante esto Elaine nos dice "es hora de resignificar esas palabras que se han usado para definirnos: locas, putas, malas, furias".


Hubo algo que me voló la cabeza y es la idea de que hay, por un lado, una ética, pero que dentro de una obra hay un sistema ético, lo que se debe respetar y lo que no. Me dejó pensando mucho en cómo en las relaciones, las familias, bueno, en cualquier vínculo, se comienzan a tejer esas reglas de lo tolerable y lo no, bien sea desde acuerdos o desde costumbres. Leerlo sin poder escapar, los círculos de la guerra, sistemas que tienen sistemas internos que, aunque puedan horrorizar, tienen sus códigos. Y la literatura como puerta de comprensión a esos mundos me encanta y estremece por partes iguales.

Quedaron más hilos por explorar, quizás en una tercera lectura, como los signos de la transformación de Ananda o de Romina; es seguro que es un libro al que volveré y que seguiré viéndole capas. Espero con ansias lo que Elaine publique; nos contó que prepara una antología de cuentos y otra novela en donde los animales también serán protagonistas y que seguramente se llamará "La piel hembra".


En esencia, estas obras de terror me interpelan, sobre todo porque me abren la puerta a mi propia oscuridad, observarla, a reírme de ella y ver qué sale de ahí... como un caldito que se va cocinando. La maternidad y estar vivos nos sacan lo mejor y lo peor... y por siempre Santa la desalmada y Ananda, la hija/la perra que se despersonalizó para sobrevivir, permanecerán en mi memoria.


Tengo mucha cosa pendiente por leer, pero creo que sigo con la antología “Las ciclistas” para seguir en esa onda de la literatura fantástica que me alucina.


Abrazos selváticos.

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