Buenas, por acá vuelvo para contarle de la última lectura que me fascinó.
"Papi" es un libro que se me extendió entre las vacaciones en el Caribe y el regreso al frenético ritmo de las correcciones, las salidas, los cumpleaños y otros momentos en los que, más bien, dejé de leer porque me puse a vivir más intensamente. Quizás con el ritmo frenético de este increíble libro, escrito por la increíble Rita Indiana.
Ella me recordó mucho al personaje principal de Maldeniña, de Lorena Salazar, que está esperando la llegada anhelada de su padre y que finalmente se queda ahí, esperando lo que no va a llegar. La niña en Papi es estrambótica, exagera en sus listados y ve el mundo de manera desmesurada, a la imagen de la representación de su padre.
Me encantaron las enumeraciones interminables, el ritmo de repetición incesante, lo exagerado, pero también lo que parece inverosímil a los ojos del lector. Esa voz que no es del todo confiable me encantó; es la voz de quienes preferimos ver la realidad como quisiéramos que fuera y no como es, quizás más cruda de lo que pensábamos. La manera en que ella ve a su padre de forma idealizada y romantizada va desmoronándose poco a poco durante la obra, y eso me encantó: ese gran momento de ruptura en la infancia, cuando dejamos de creer en la fantasía. Pero no sin antes llevarlo todo hasta el absoluto extremo, un Pulp Fiction dominicano, así como la música de Rita Indiana; todo se entremezcla: la violencia, el desenfreno, la conspiración, lo oculto, todo es brutal. "Papi estaba en mí y yo en Papi."

En el fragmento que le leo (con mi terrible acento rolo), que parece las instrucciones de un videojuego, la niña describe ese mundo fantástico por donde navega su padre todopoderoso y en donde ella debe moverse y superar múltiples peligros.
Mami es, curiosamente, ese principio de realidad del que ella quiere escapar, una realidad en donde Papi ya no puede hacer nada con todos sus poderes. Casi como si se invirtieran esos roles tradicionales de lo materno (que cura, sana y hace que lo que duele se sienta menos) y lo paterno (que pone límites, resuelve). No le cuento el final para que me diga qué le pareció si se lo lee. Quizás no lloré, como sí lo hice desconsoladamente con el final de Maldeniña, pero sí quedé con una sensación de desolación, de que ahora ella debe adoptarse a sí misma, y que ya ni Papi, ni Mami, ni la fantasía, ni los juegos pueden ser escapatoria al dolor.
Ni le explico con todas las ganas que me quedaron de leerme todo de Rita Indiana.
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