"Hay cosas tan bellas y tan tristes"
María del Mar Ramón
Una ruptura que se avecina, los duelos y el mar. Todo muere salvo el mar, de María del Mar Ramón, fue el libro que me acompañó de vacaciones a una isla del Caribe. Siento que cumple su propósito: se siente con el ritmo de las olas, con el ambiente húmedo, con la sensación de inmensidad del océano que relativiza cualquier emoción y te pone totalmente en tu lugar. Me acompañó en el regreso a una isla a la que fui por última vez hace 5 años cuando tenía una familia de tres. Y, en definitiva, el mar y la naturaleza son mucho más poderosos que nuestros cambios, que parecen enormes a escala humana, pero ínfimos a escala del mar.
En estos 5 años, por la isla de Providencia pasó un huracán, una pandemia y miles de eventos: se perdieron animales, se reconstruyeron casas, se derrumbaron otras cuyos cimientos no resistieron y, curiosamente, todo parecía estar en su lugar inclusive los escombros, los letreros caídos y las casas sin reconstruir. Quizás así se siente cerrar ciclos, sabiendo que, en cualquier momento, puede ocurrir otro desastre natural y que, cuando suceda, se verá si las reparaciones fueron suficientes para resistir pero que quedarán los rastros de los eventos catrastróficos y transformadores.
"Mira el mar en su oleaje imperturbable.
Se sabe a salvo con la idea de que siempre estén las olas ahí:
aunque él muera ahí mismo,
las olas volverán a formarse con determinación inmortal"

Bueno, ¿qué decir del libro? Se siente todo lo bello y todo lo triste. Lo bello de los reencuentros, de los inicios de las relaciones, de las ilusiones, de lo dulce. Y lo triste de los duelos, de las rupturas, de lo que no se dice pero está ahí... de los silencios. Me gustó la voz narrativa; la sentí cercana en expresiones, en formas. Quizás me faltó más de la locura que se esboza en el párrafo que le leo en voz alta… de Paula devorando el mango, de la sensación de extrañeza, soledad y tristeza que embarga a Lucas.

El libro transcurre entre un presente en la playa, cuando conocen a otra pareja, Clarice y Pedro; la complicidad con ellos, las charlas que revelan sus dolores. Y el pasado, cómodo y apasionado, de la pareja, pero donde también comenzaban a revelarse las grietas. Curiosamente, es un libro en el que no dan tantas ganas de estar, ni en la vivencia de esa relación de pareja ni en la ruptura, sino más bien en ese presente en donde todo muere, que es el mar. Las escenas explícitas de sexo reflejan eso: la incomodidad que ya se vivía entre ellos y que no terminaba de encajar del todo.
Me hizo pensar mucho en el libro de Sara Jaramillo, Donde cantan las ballenas, que quizás me pegó más fuerte en su belleza y me hizo llorar mucho más en sus grietas. No sé de qué dependería, porque en ese viaje a Nuquí también había pensado en llevar este libro, pero puede que me haya afectado más el de Jaramillo por la ruptura amorosa que estaba viviendo en ese momento. Sigue siendo un misterio cómo los libros resuenan según el momento de la vida en que estemos.
Si ahora mi mar emocional está más tranquilo y puedo leer con mayor conciencia las palabras, sin que reboten como olas en las rocas, ¿me impacta menos un libro sobre el duelo de pareja?
Esperaré el próximo oleaje para leer libros de despedidas en el mar.
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